martes, 28 de julio de 2009

A mi maestra, con cariño


HOY ES UN DÍA súper especial para mí. Es el cumpleaños de mi hija. Hoy hace diez años había pasado la noche en una clínica del seguro social esperando. Mi mujer, después de 18 sufridas horas de trabajo, dió a luz una niña que revolucionó la maquinaría que da marcha a mis días e hizo de mí la persona que ahora soy.
Parlanchina a tope, como su padre, mi hija es fanática de jugar, como todo buen niño, enloquece por el canto y el baile. El karaoke revolution para el Playstation 2 representa su pasatiempo favorito, fanatica de el canal Nick Junior y Michael Jackson, cuando mayor quiere ser como su mamá y ser, a la vez, una Bratz, bebedora compulsiva de agua simple, y con frecuencia de mi cerveza de ocasión.
 A sus escasos diez años, piensa que es poco el tiempo que le resta para disfrutar de las cosas que la vida ofrece, renuente por tanto a ir al baño desde que esto representa una pérdida de él, tiene miedo a crecer y los niños de su salón ya le llaman por telefono, lo cual me hace sospechar que, ellos también, deben ver algo en ella. A mi me parece de lo más divertida.
Ella es responsable por los momentos de mayor locura en mi existencia, por lograr los cambios más radicales sobre mi persona. Recuerdo una ocasión en que trabajé en un cierre de edición por horas, de hecho, trabajé durante 36 horas contínuas y el pensamiento que me impulsaba seguir adelante era saber que mientras yo estaba sentado delante de ese monitor en esa solitaria oficina, ella dormía plácidamente, ignorante de todo, con la paz que sólo los niños pueden descansar.
Amante de los animales en general y de los perros muy en particular, creció– pobre, mi niña–, escuchando Aerosmith, Van Halen y Judas Priest, gusta de comer conchas y donas de chocolate. Ha sido, es y será siempre una rebelde, es autónoma y auténtica, no disimula sus quereres ni es discreta en sus enfados. Me comparte sus alegrías y diluye con ello mis pesares.
A veces quisiera enseñarle ser un poco como yo… Entonces me arrepiento. Hubiera querido que ella encontrase amigos donde nadie los pudiera hallar, que otorgara a todos el beneficio de la duda y no se privara de conocer a las personas con las que interactúa día a día, sin embargo, tengo que mostrarle que este mundo es distinto al que yo conocí cuando niño.
No hay escuela para padres, tampoco hay ensayos ni capacitaciones los martes y los jueves por la noche en la capilla de la colonia, no hay manuales ni números telefonicos de asistencia al nuevo padre. Sin embargo, hay maestros.
Vienen en distintas presentaciones y por lo regular, alguna caracterista en ellos, nos recuerda un poco a nosotros mismos. Nos vemos reflejados en ellos y por tanto, no nos permiten dejar atrás una verdad tan grande como afortunada; fuimos niños y por el resto de nuestros días, existirá uno, muy dentro de nosotros mismos que encontrará divertido patear una pelota y saltar por encima de los charcos de una reciente llovizna.
Dios siempre nos da una segunda oportunidad.

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